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Proyecto de Acuerdo 68 de 2005 Concejo de Bogotá, D.C.

Fecha de Expedición:
14/03/2005
Fecha de Entrada en Vigencia:
14/03/2005
Medio de Publicación:
Anales del Concejo
La Secretaría Jurídica Distrital aclara que la información aquí contenida tiene exclusivamente carácter informativo, su vigencia está sujeta al análisis y competencias que determine la Ley o los reglamentos. Los contenidos están en permanente actualización.


 
 

PROYECTO DE ACUERDO CERVANTES

PROYECTO DE ACUERDO 068 DE 2005

Ver Acuerdo Distrital 161 de 2005 Concejo de Bogotá, D.C.

POR MEDIO DEL CUAL SE CREA LA ORDEN AL MERITO LITERARIO "DON QUIJOTE DE LA MANCHA"

I. EXPOSICION DE MOTIVOS

Los siglos XVI y XVII en España representan el momento de mayor florecimiento de las artes, debido a su gran riqueza cultural, representada por las creaciones del Renacimiento y el Barroco; a este periodo se le conoce como Siglo de Oro.

El auge de las manifestaciones artísticas permite que se produzcan singulares obras de arte en arquitectura, escultura, pintura, música y, por supuesto, en literatura, en la cual se cultivan todos los géneros: en la lírica, los poetas místicos escriben poemas de gran elevación; los conquistadores relatan sus hazañas en crónicas históricas; el teatro entusiasma al pueblo, ya que se identifica con sus personajes; en el género narrativo se escriben novelas de caballería y picarescas que reflejan con acierto la sociedad española de esa época.

Durante el Siglo de Oro se escribe también la obra cumbre de la literatura española, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha; la importancia de esta novela radica en que con ella se consolida el idioma español y se fijan sus reglas gramaticales; a través de la pluma de Miguel de Cervantes Saavedra, el español adquiere categoría y dimensión universales.

Miguel de Cervantes ejerció varios oficios durante su vida, entre ellos el de soldado; como tal, tomó parte en la Batalla de Lepanto, donde resultó herido en la mano izquierda, por lo que se le conoce como "El manco de Lepanto" Cervantes fue dramaturgo, poeta y novelista; se destacó más en este último género por su profundo conocimiento del ser humano y de la sociedad del siglo XVII.

El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha es una novela que incluye varias historias de diverso tipo: pastoriles, sentimentales, picarescas, moriscas y de caballería; en ellas hay minuciosas descripciones de lugares y objetos, así como interesantes diálogos entre los personajes.

Uno de los valores más grandes de esta obra es la exaltación que Cervantes hace de los valores universales del hombre, tales como: el respeto hacia la mujer y su idealización, la libertad, la justicia y la ayuda y protección al débil y necesitado.

Es posible que Cervantes empezara a escribir el Quijote, en alguno de sus periodos carcelarios, sin embargo, la primera publicación fue efectuada a comienzos de 1605 con el titulo de "El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha", cuyo éxito fue inmediato. Nueve años después apareció un libro apócrifo que en su prologo acumuló insultos contra Cervantes, lo cual llevo a que Cervantes presionado por el robo literario y las injurias recibidas acelerara la segunda parte de sus inmortal novela y a partir del capitulo 59 no perdió ocasión para ridiculizar al falso Quijote y de asegurar la autenticidad de los verdaderos Don Quijote y Sancho, la cual fue publicada en 1615 con el titulo "El Ingeniosos Caballero Don Quijote de la Mancha".

Este libro se ha convertido en uno de los más editados del mundo y traducido a todas las lenguas con tradición literaria. Cervantes escribió este libro divertido, rebosante de comicidad y humor, con el ideal clásico de deleitar aprovechando, llegando al lector mas inocente hasta el mas profundo de modo que todo lo que preocupa al ser humano aparece incluido en sus páginas, el Quijote por su riqueza y complejidad de contenido, estructura y técnica narrativa la más grande novela de todos los tiempos admite muchos niveles de lectura e interpretaciones tan diversas como considerarla una obra de humor, una burla del idealismo humano un canto a la libertad, también se constituye en una asombrosa lección de teoría y practica literarias.

Este libro ofrece un panorama de la sociedad Española de los siglos XVI al XVII, representando todas las clases sociales, diversas profesiones y oficios así como creencias y costumbres populares, sus principales personajes constituyen una síntesis poética del ser humano, Sancho el apego las cosas materiales y el Quijote la defensa de un ideal, mostrando así la complejidad de la persona idealista y materialista a la vez.

Ejemplifica casos de amor y por eso antes de cada aventura invoca a su amada Dulcinea y pide su amparo, la defensa por la justicia al hacerse caballero para defender un ideal ético de la vida, muchos de sus componentes obedecen a la novela concebida como un juego, la locura del protagonista era un motivo frecuente en la literatura del renacimiento Don Quijote, actúa como un paranoico enloquecido por los libros de caballería y que razona con sano juicio en lo demás.

Consideramos que la Secretaría de Educación del Distrito debe velar por la exaltación y promoción de los talentos jóvenes de los colegios distritales y privados que se distingan en el campo de la Creación Literaria, en aras de promover nuevos escritores, incentivar los que existen, en los géneros de Ensayo, Cuento y Novela.

Uno de los valores más grandes de la obra del Quijote de la Mancha es la exaltación que Cervantes hace de los valores universales del hombre, tales como: el respeto hacia la mujer y su idealización, la libertad, la justicia y la ayuda y protección al débil y necesitado, los cuales se hace necesario reafirmar en nuestra sociedad y consideramos que con este Acuerdo se contribuye a la promoción de estos valores en los niños y jóvenes estudiantes de nuestra capital.

ARGUMENTOS DE LA OBRA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVENDRA "EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA":

Dice el autor en el prólogo de sus novelas ejemplares que les da ese nombre porque "no hay ninguna de quien no se pueda sacar un ejemplo provechoso", a continuación se relatan extractos de es este libro inmortal, el más admirable que se ha escrito en lengua castellana y quizá en todas las lenguas dechado de elegancia, poesía, filosofía práctica, nobleza de ideales, amenidad y dominio del bien decir; libro que posee como ninguno la rara virtud de transportar el ánimo a las elevadas regiones del puro goce estético; donde no hay una palabra ociosa ni un pensamiento trivial y en el que la forma expresiva alcanza límites de belleza jamás igualados.

Con un rasgo de humorismo empieza Cervantes su admirable historia llevándonos a un lugar de la mancha, donde presenta el autor a su héroe: un Hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor de unos 50 años, complexión recia, seco de carne, madrugador amigo de la caza, este Hidalgo en sus ratos de ocio se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que enfrascado en su lectura se pasaba las noches leyendo hasta que de mucho leer y poco dormir se le seco el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Llena la fantasía de todo aquello que leía en los libros, se le sentó tan firmemente en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de soñadas invenciones, que para él no había otra historia más cerca en el mundo y, dando el más extraño pensamiento que jamás dio loco alguno, le pareció conveniente y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de la república hacerse caballero andante e irse con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en aquello que él había leído de los caballeros andantes se ejercitaba, deshaciendo todo género de agravio y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.

Con este pensamiento limpio y aderezó lo mejor que pudo unas armas que habían sido de sus bisabuelos y estaban olvidadas en un rincón, suplió con unos cartones la celda de encaje que carecía, dando apariencias de celada al morrión simple, y dedicóse a imaginar los nombres que había de poner en flaco Rocín y así mismo. Después de muchos que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación al fin vino a llamar al caballo Rocinante, y para sí eligió en nombre de don Quijote añadiéndose el nombre de su linaje y patria, y viniendo a hacer así don Quijote de la Mancha.

Pensando que un caballero andante sin amores era árbol sin hojas ni fruto y cuerpo sin alma, se dio a entender que no faltaba otra cosa sino encontrar una dama de quien enamorarse, y parecióle bien dar el título de señora de sus pensamientos a una moza labradora natural de Toboso, lugar cercano al suyo de quien él un tiempo estuvo enamorado aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni se dio cata de ello y que se llamaba Aldonza Lorenzo y sustituyó ese nombre por el de Dulcinea del Toboso, que se le antojó músico y peregrino y significativo como todos los demás que a él y sus cosas había puesto, y sin dar parte a persona alguna de su intención y sin que nadie lo viese, una mañana antes del día que era uno de los calurosos del mes de Julio se armó, subió sobre Rocinante embrazó su adarga, tomó su lanza y salió al campo, con grandísimo contento y alboroto de ver con cuanta facilidad había dado principio a su buen deseo.

Más, apenas se vio en el campo cuando le asaltó el terrible pensamiento de que no era armado caballero, por lo que, conforme a la ley de caballería, ni podía, ni debía tomar armas con ningún caballero. Y tal pensamiento lo hizo titubear en su pensamiento; mas pudiendo su locura más que otra razón alguna, propuso hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación, de otros muchos que así lo hicieron y prosiguió su camino, sin llevar otro aquel que su caballo quería, creyendo que aquello consistía la fuerza de las aventuras.

Anduvo todo aquel día y al anochecer él y su rocín llegaron a una venta, a la puerta de la cual se hallaban dos mujeres mozas, de estas que llama de partido, que iban a Sevilla con unos arrieros que en la venta aquella noche acercaron a hacer jornada. Imaginóse don Quijote que la venta era un castillo, con sus torres, capiletes, puente levadizo y todos los adherentes con que se pintan en los libros; tomó a las mozas por altas doncellas, y vino a confirmar todas sus suposiciones el sonido de un cuerno que tocaba un porquero y que a él se le representó como la señal que de su llegada daba algún enano con la trompeta desde las almenas del castillo.

Salió el ventero, hombre que por ser muy gordo era muy pacífico, a tiempo de escuchar el altisonante discurso con que don Quijote se dirigía a las mozas que tomó por damas, y al oírse tratar de castellano, su admiración no tuvo límites. Pero temeroso de provocar el enojo de aquella figura contrahecha que le juzgaba alcalde de una imaginaria fortaleza, contuvo la risa que se le venían a la boca, y con palabras comedidas ofreció al caballero lo poco que en la venta había.

Ayudaron a desarmarse a don Quijote aquellas que él llamaba damas, y sin quitarse la celada de cartón por no romper las cintas con que la traía sujeta, con la visera alzada, sentase a cenar a la puerta de la venta una porción de mal cocido y peor remojado bacalao y un pan negro y mugriento que le sirvió el ventero. Comía y bebía el hidalgo con grandes dificultades, por tener puesta la celada, atendiéndole las mozas y el ventero; más él llevaba con paciencia todos los trabajos alentado por sus quimeras. Y cuando oyó el silbato de cañas que hizo sonar cuatro o cinco veces un castrador de puercos que llegó acaso a la venta, acabó de confirmarse en que estaba en algún famoso castillo y que le servían con música, que el abadejo eran truchas, el pan candeal, las rameras damas y el ventero castellano del castillo, y con esto daba por bien empleada su determinación y salida.

Fatigado por el pensamiento de que tenía que verse pronto armado caballero, abrevió su venteril y limitada cena, y acabada esta, llamó al ventero, y encerrándose con él en la caballeriza, le pidió de rodillas que le consintiese velar las armas durante la noche en la capilla de aquel su castillo, para que en la mañana le armase caballero. El ventero, que era algo socarrón y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando oyó semejantes razones, y determinó seguirle el humor, diciéndole que andaba muy acertado en lo que deseaba y pedía y que, a falta e capilla que estaba derribada para hacerla de nuevo podía velar las armas en el patio del castillo, hasta que a la mañana, siendo Dios servido, se hiciesen debidas ceremonias para que quedase armado caballero. Quedo convencido don Quijote; llevaron a un corral grande que al lado de la venta estaba, y poniéndole todas sus armas sobre una pila que había junto a un pozo para que bebieran las caballerías, embrazada la adarga y asida la lanza, comenzó a pasear con gentil continente por delante de la pila, con gran regocijo de los que le contemplaban desde lejos a claridad de la luna.

Hubiérase pasado así toda la noche; pero la recia pelea trabada con unos arrieros, que intentaron quitar las armas de la pila para dar agua a sus recuas, hizo temer el ventero que la broma tuviese mal fin, y determino a brevar; para lo cual, llegándose a don Quijote, se disculpo de la insolencia que aquella gente baja con el había usado y le persuadió de que llevaba velando las armas más de cuatro horas, siendo bastante con solas dos, por lo que podían empezar inmediatamente la ceremonia de armarle al caballero. Mostróse pronto a obedecerle do Quijote; trajo el ventero el libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y asistido por un muchacho que sostenía un cabo de vela y por las dos ya dichas doncellas, mando hincar las rodillas al hidalgo y , siempre murmurando entre dientes como si leyera en su manual alguna devota oración, diole sobre el cuello un buen golpe y tras el, con su misma espada, un gentil espaldarazo, hecho lo cual mando a una de aquellas damas que le ciñese la espada y a la otra que le calzase la espuela, dando así por terminadas las hasta allí nunca vistas ceremonias. Deseoso de ver pronto fuera de la ventana a do Quijote por que no se renovasen la pendencia con los arrieros, respondió con breves palabras a las extrañas cosas que dijo para agradecerle a el y a las damas la merced recibida, y sin pedirle la costa de la posada, la dejo ir a la buena hora.

La del alba seria cuando don Quijote salio de la ventana, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse armado ya caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. Mas viniéndole a la memoria los atinados consejos que su huésped le había dado acerca de la conveniencia de no caminar sin dineros y sin llevar las camisas limpias y una arqueta pequeña con ungüentos para curar las heridas que recibiese, determino volver a su casa acomodarse de todo y de un escudero.

No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba. Dando gracias al cielo por la merced de ponerle tan presto en ocasiones donde cumplir lo debido a su profesión, encamino a Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían y a pocos pasos que entro en el bosque, vio atado a una encina y desnudo de medio cuerpo arriba a un muchacho como de quince años, que era el que las voces daba, y no sin causador que le estaban azotando con una pretina de labrador de buen talle, que acompañaba cada azote con una represión o consejo. Pronto supo don Quijote que el labrador, a quien había increpado duramente y había desafiado como a caballero, era Juan Haldudo el Rico, vecino de Quintanar; que el muchacho era su criado, guardador de ovejas, acusado de perder cada una, y que el azotado protestaba por su inocencia, asegurando que su amo le castigaba para pagarle la soldada que le debía. Tomo don Quijote la defensa del más débil después de escuchar las razones de los dos, obligó con amenazas al labrador a que desatase a su victima, exigióle juramento de que pagaría al muchacho lo debido, según la cuenta que les hizo ajustar, y partió muy satisfecho de haber enderezado aquel entuerto, con el pensamiento puesto en Dulcinea., mientras Juan Haldudo reanudaba los azotes con mayor encono, hasta dejar a su criado por muerto.

Habiendo andado como dos millas, descubrió Don Quijote un gran tropel de gente que, como después se supo, eran seis mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia y venía con sus quitasoles, con cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie. Apenas los divisó Don Quijote, cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura; y por imitar en todo cuanto a él le parecía los pasos que había leído en sus libros, creyó venir allí de molde el exigir a aquellos que imaginaba caballeros la confesiónde que no había en el mundo todo doncella más hermosa que la Emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso. Uno de los mercaderes que era un poco burlón y muy mucho discreto, echando de ver la locura de que tales razones decía, trató de persuadirle con donosos distingos de que no era justo obligarle a el y a los príncipes que le acompañaban a confesar eso sin mostrarles algún retrato de aquella señora, aunque fuese tamaño como un grano de trigo. Impaciente don Quijote por las dudas y vacilaciones que manifestaba el mercader, corto los discursos increpando a todos airadamente, y arremetiendo contra el lanzador con la lanza baja, mal lo pasase el atrevido si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezase y cayera Rocinante, echando a rodar a su amo una buena pieza por el campo. Como quiera que, aun estando caído y sin poder levantarse embarazado con las armas, no cesaba don Quijote de decir arrogancias, uno de los mozos de mulas no la pudo sufrir, y llegándose a él, tomo la lanza, la hizo pedazos, y con uno de ellos le dio tantos palos que, a despecho y a pesar de sus armas, le dejo molido como cibera.

Mientras los mercaderes seguían su camino don Quijote trataba de consolarse pensando que aquella era propia desgracia de caballeros andantes, y diciendo mil desatinos aprehendidos en sus libros, cuando acertó a pasar por allí un labrador del mismo lugar y vecino suyo, que venia de llevar una carga de trigo al molino. Viendole tendido, se acerco a el, le quito la visera, ya que estaba hecha pedazos de los palos, y cuando le hubo reconocido sin obtener más respuesta a lo que le preguntaba que unos versos del romance de Valdovinos y del Marques de Mantua, le quito el peto y el espaldar para ver si tenia alguna herida, y como no vio sangre ni señal alguna, con no poco trabajo le vio sobre su jumento, por parecerle caballería mas sosegada, recogió las armas y la astillas de la lanza liolas sobre Rocinante, al cual tomo de la rienda y del cabestro del asno, y se encamino hacia su pueblo, bien pensativo de oír los disparates que don Quijote decía.

Llegaron al lugar a la hora que anochecía; pero el labrador aguardo a que fuera algo más de noche por que no viesen al molido hidalgo tan mal caballero; y cuando le pareció, entro en el pueblo y en la casa de don Quijote, la cual estaba toda alborotada por las voces que daba el Ama, hablando con el cura y el Barbero del lugar, que eran grandes amigos del hidalgo. Comentaba el ama la ausencia de su señor y maldecía los libros de las caballerías, que habían echado a perder el mas delicado entendimiento que había en toda la mancha, interrumpiendo el alboroto la llegada del maltrecho caballero, al cual llevaron a su cama. Y los desatinos que profería y los que contó el labrador que le había en todo el camino afirmaron al Cura en su propósito de quemar los libros que habían trastornado el juicio de su amigo.

Reuniéronse al siguiente día el licenciado y el barbero con la sobrina y el ama de don Quijote en el aposento donde estaban los libros de los autores del daño, y mientras el malparado hidalgo dormía, hicieron un grande y donoso escrutinio y fueron arrojando por una ventana al corral todos los libros que el Cura considero merecedores del fuego, para encender con ellos una grande hoguera de la cual solo se salvaron el Amadis de Gaula - por ser el primero de caballerías que se imprimió en España y el mejor de todos los de este género que se han compuesto-, el Palmerín de Inglaterra, Tirante el Blanco y algunos de entretenimiento sin perjuicio de tercero, como la Diana, de Monte Mayor; la Segunda Diana, de Gil Polo; el Cancionero, de López Maldonado, y pocos más. Ocurrióseles al Cura y al Barbero que se debía murar y tapiar el aposento de los libros, para que cuando los buscase su amo no los hallase, y así fue hecho con mucha presteza.

Cuando de allí a dos días se levantó don Quijote, creyó muy fácilmente que un encantador enemigo se los había llevado, y el aposento y todo, como le dijeron el Ama y la Sobrina siguiendo los consejos del Licenciado y el Barbero; pero no pudieron lograr que recobrase el juicio, y sí solo que se estuviese quince días en casa muy sosegado sin dar muestras de querer segundar sus primeros devaneos.

En este tiempo felicito don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien, pero de muy poca sal en la mollera, y tanto le dijo, tanto lo persuadió y prometió, que Sancho Panza, que así se llamaba el pobre villano, se determinó a salir con él y servirle de escudero, con la esperanza de verse pronto gobernando alguna ínsula que su amo ganase en cualquier aventura. Dio luego orden don Quijote en buscar dineros, y vendiendo una cosa y empeñando otra y malbaratándolas todas allegó una razonable cantidad. Todo lo cual hecho, sin despedirse Panza de sus hijos y mujer ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese, en la cual caminaron tanto que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían aunque los buscasen.

Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y su bota, aunque en lo del asno había reparado un poco don Quijote por no acordársele de ningún caballero andante que hubiese traído escudero caballero asnalmente, y ambos departían sobre la facilidad de ganarse ínsulas y reinos en la profesión de la andante caballería, cuando descubrieron treinta o cuarenta molinos que había en aquel campo. Así como don Quijote los vio, imaginó que eran otros tantos desaforados gigantes con los que habría de hacer batalla y quitarles las vidas. Porfió Sancho que eran molinos; contradíjole su amo asegurando que no eran sino gigantes, y en esta disputa se fueron acercando a ellos. Y sin echar de ver lo que eran, luego de apostrofarlos valientemente y de encomendarse de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, y encubierto de su rodela, con la lanza en ristre sin escuchar las voces que Sancho le daba, arremetió don Quijote a todo el galope de Rocinante y envistió con el primer molino que estaba adelante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos llevándose tras si al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo acudió Sancho a socorrerle, y como lamentase que no le hubiera atendido cuando la dijo que aquellos eran molinos, aseguróle don Quijote que lo sucedido no era sino una treta del encantador Frestón, enemigo suyo, que había cambiado los gigantes en molinos para quitarle la gloria de su vencimiento, como antes le robó el aposento y los libros. Ayudado por su escudero, levantóse, tornó a subir sobre Rocinante y sin dejar de hablar de los privilegios de la caballería, siguieron el camino de Puerto Lápice, donde don Quijote esperaba hallar muchas aventuras pro ser lugar muy concurrido; y aquella noche la pasaron entre árboles, de uno de los cuales desgajó el caballero un ramo seco, que casi le podía servir de lanza, y puso en él el hierro que quitó de la que se le había quebrado. Toda aquella noche no durmió don Quijote, pensando en su señora Dulcinea, por acomodarse a lo que había leído en sus libros; y a la mañana, sin querer desayunar porque dio en sustentarse de sabrosas memorias, tornaron amo y escudero en su comenzado camino.

No tardaron en encontrarse con dos frailes de la orden de San Benito con sus anteojos de camino y sus quitasoles, y caballeros en dos mulas no más pequeñas que dromedarios. Detrás de ellos venías dos mozos de mulas a pie, y más allá un coche acompañado por cuatro o cinco hombres a caballo. Sin atender las prudentes razones de Sancho, don Quijote, persuadido de que aquellos eran unos encantadores que llevaban hurtada en el coche alguna princesa, se puso en la mitad del camino, y cuando creyó que le podían oír, se encaró con los frailes llamándoles gente endiablada y descomunal, y exigiéndoles con amenazas que dejasen libres a las altas princesas que llevaban forzadas.

Admirados los frailes tanto de la figura de don Quijote como se sus palabras, intentaron, cortésmente, convencerle que ellos no eran endiablados no descomunales, si no dos religiosos que iban de camino y que nada sabían de quién viniese en el coche; pero el caballero, irritado al ver que le contradecían arremetió contra el primero con la lanza baja, y habría dado con él entierra mal herido o muerto si no se hubiese apresurado a tirarse al suelo, mientras sus compañero ponía piernas a su buena mula y echaba a correr por el campo, mas ligero que el viento, por creer que aquello le tocaba a él legítimamente como despojos de la batalla que sus señor había ganado pero en esto llegaron los mozos de los frailes, que no sabían de burlas, y arremetiendo con él, le dejaron en el suelo molido acoses y sin aliento ni sentido. Tornó a subir a su mula el religioso, pico tras su compañero, que le estaba aguardando, y sin espera el fin de aquel comenzado suceso siguieron entre ambos su camino.

Mientras tanto, Don Quijote se había dirigido al coche para anunciar a la señora que en él iba, que estaba libre y que, en pago de ese beneficio quería que se volviese al Toboso y que se presentase a Dulcinea para decirle lo que él por su libertad había hecho. Un escudero Vizcaíno de los que acompañaban el coche, impaciente al oír aquello y ver que no quería Don Quijote dejarlos pasar adelante, pretendió conseguirlo por la fuerza.

Requirió al manchego a que tirase la alanza y sacase la espada para luchar con armas iguales, tomo una almohada del coche para servirse de ella a modo de rodela, y entre ambos se aprestaron furioso a combatir. Y quiso la suerte que, después de recibir don Quijote un golpe que le llevo gran parte de la celada, con la mitad de la oreja, y acertarse él a descargar otro de lleno al Vizcaíno sobre la almohada la cabeza con tal furia que sin ser parte tan buena defensa, comenzó a echar sangre por la nariz y, espantada su mula, no tardo en venir a tierra. Al verlo Don Quijote saltó del caballo y con mucha ligereza se llegó a él, le puso la punta de la espada en los ojos y le dijo que se rindiese o si no le cortaría la cabeza. Respondieron por él, que no podía hacerlo, la señora del coche y sus doncellas; quedo convenido que el escudero iría al Toboso para someterse a la voluntad de Dulcinea, y con esto, subió Don Quijote sobre Rocinante, ayudado por Sancho, que se había levantado algo maltratado de los mozos de los Frailes y había estado atento a la batalla de su señor y abaratándose del camino real se entraron amo y escudero por un bosque que allí junto estaba. Departiendo sobre las grandezas de la andante caballería les falto el sol junto a las chozas de unos cabreros, y sin esperar de llegar al poblado antes que fuese de noche, determinaron pasarla allí.

Con muestras de pronta y buena voluntad fueron acogidos y agasajados Don Quijote y Sancho, por los cabreros; quietaron estos de l fuego ciertos tasajos de cabra que hirvieron en un caldero, y teniendo por el suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha prisa su rustica mesa y convidaron a los dos con lo que tenían. Sentáronse ellos a la redonda de las pieles, habiendo primero groseras ceremonias, rogando a Don Quijote que se sentase sobre un dornajo que vuelto al revés le pusieron y sentado también Sancho, por orden de su señor, comieron todos los tasajos con mucho donaire y gana. Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las saleas gran cantidad de bellotas avellanadas y juntamente pusieron un medio queso más duro que si fuera hecho de argamasa, sin que estuviera en esto ocioso el cuerno que andaba a la redonda tan a menudo que con facilidad vació un saque de dos que estaba de manifiesto.

Después de Don Quijote hubo bien satisfecho sus estomago tomo un puñado de bellotas en la mano, y mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones: dichosa edad y siglos, dichosos aquellos a quien los antiguas pusieron nombres de dorados y no porque en ellos el oro ( que en nuestra edad de oro tanto se estima ) se alcanzáce en aquella aventura, sin fatiga alguna, si no porque entonces los que en ellos vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. prosiguió el caballero su admirable discurso, que los cabreros embobados y suspensos le estuvieron escuchando y mas tardó él en hablar que en acabarse la cena; después de la cual le dieron solas y contento haciendo cantar un sagal de hasta veintidós años muy entendido y muy enamorado, que acompañándose con su rabel, cantó con muy buena gracia el romance de sus amores.

Curó a Don Quijote la oreja uno de los cabreros y en esto llego otro mozo de los que le traían de la aldea el bastimento y les contó la muerte del pastor estudiante llamado Grisostomo, a quien iba a llevara a enterrar al monte a la mañana y del que se murmuraba que había muerto de amores de la hija de Guillermo el rico, la hermosa Marcela, que andaba por allí en habito de pastora hizo don Quijote que le refiriesen la historia de aquella Marcela, que desdeñaba a todos sus enamorados para vivir sola y libre en el campo y por la cual se habían hecho pastores muchos mancebos Hidalgos y labradores, cuyo suspiros, quejas , amorosas canciones y desesperadas endechas resonaban por todas partes y se propuso a asistir al día siguiente a el entierro del rico y desventurado Grisostomo.

Despertaron a Don Quijote muy de mañana cinco de los seis cabreros y se ofrecieron a acompañarlo hasta el sitio en que había de ser enterrado Grisostomo, lo cual acepto agradecido. Llegaron al mismo tiempo que los que traían el cuerpo y mientras se cavaba la sepultura del infeliz amador en el lugar que el había dejado dispuesto, por ser el que conoció a la bella Marcela y en el que recibió su postrera repulsa, pudo escuchar Don Quijote, las lamentaciones de Ambrosio el amigo intimo del muerto y la, lectura de la canción que este había dejado escrita doliéndose de la conducta de Marcela.

Como si ella hubiera escuchado los injustos reproches que se le hacían, pareció por cima de la peña donde se acababa la sepultura tan hermosa que pasaba su fama su hermosura, y anuncio que venia a volver por si misma y a dar a entender cuan fuera de razón iban todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisostomo la culpaban. Hízolo en un primoroso discurso en el que proclamo una vez mas que su intención había sido siempre y era vivir en perpetua soledad y que solo la tierra gozase del fruto de su recogimiento y los despojos de su hermosura; añadió que así se lo había dicho a Grisostomo para desengañarle, en aquel mismo lugar, no siendo ella culpable de su desatino de querer porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento; y con otras muy nobles y discretas razones termino de hablar, quitando todos su enamorados la esperanza de ser correspondidos por ella; y sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entro por lo mas cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados a cuanto la escucharon, tanto de su discreción como en su hermosura.

Habiendo andado más de dos horas sin poder hallara Marcela, vieron a parar don Quijote y sancho a un prado lleno de verde yerba, junto al cual corría y forzó a pasar allí las horas de siesta, que rigurosamente comenzaba ya a entra. Pero la suerte y el diablo, que no todas veces duerme, quisieron que por aquel valle anduviese paciendo una manada de jacas galicianas de unos arrieros yangüeses, y sucedió que a rocinante le vino en deseo reforcilarse con la señoras jacas y saliendo, así como las olió, de sus natural paso y costumbre sin pedir licencia a su dueño, tomo un trotecito algo picadillo y se fue a comunicar su necesidad con ellas recibiéronle con las herraduras y con los dientes; mas los arrieros viendo la fuerza, acudieron con estacas y tantos palos le dieron que le derribaron mal parado en el suelo.

Pretendiendo don Quijote vengar el agravio que se le había hecho a rocinante y a pesar de los prudentes consejos de Sancho saco la espada y entrambos arremetieron contra los yangüeses, quienes los recibieron con sus estacas dieron con ellos por tierra, y con la mayor presteza que pudieron cargaron sus recuas y siguieron su camino dejando a los dos aventureros de mala traza y de pero talante trato de consolar Don Quijote a Sancho la paliza recibida y aun quiso persuadirle de que aquello eran achaques de la andante caballería y que en otra ocasión luchase el solo contra villanos; pero Sancho sin dejarse convencer acomodo a su amo atravesado sobre el asno puso de reata a rocinante y llevando el rucio del cabresto dirigió poco menos o menos hacia donde le pareció podía estar el camino real. Y aún no habían andado una buena legua, cuando la suerte le deparó el camino, en el cual Sancho descubrió una venta que, a pesar suyo y gusto de don Quijote había de ser castillo.

Acogíolos caritativamente la ventera hizo que su hija con la criada asturiana, Maritornes, preparase un feméntido lecho a don Quijote en un camarachón que había servido de paja muchos años y en la cual también tenía su cama un arriero; y cuando el molido hidalgo estuvo acostado, entre la madre y la hija le emplastaron y le bizmaron de arriba abajo, alumbrándolas Maritornes, y luego, esta curó también a Sancho, que no menos lo había menester que su amo. Acostóse el arriero después de haber visitado a su recua y dándole el segundo pienso, y se hizo el silencio en la venta, en toda la cual no había otra luz que la que daba una lámpara que colgaba en medio del portal ardía.

El dolor de sus costillas no consentía dormir a don Quijote ni a Sancho; y sucedió que Maritornes, que había concertado con arriero que aquella noche iría a buscarlo cuando todos durmiesen y se refocilarían juntos, en camisa, y descalza con tácitos y atentados pasos, entro en el aposento en busca del arriero. Sintióla don Quijote, que estaba pensando, como siempre, en los sucesos que a cada paso se encuentran en los libros e imaginando extrañas locuras, y dio en creer que la hija del señor del Castillo se había enamorado de él y venía a hurto de sus padres a poner en peligroso trance su honestidad.

Con estas imaginaciones, sentóse en la cama a pesar de sus bizmas y del dolor de sus costillas y tendió los brazos para recibir a la que suponía hermosa doncella; topó con ellos Maritornes, que iba con las manos delante buscando a su querido, y el hidalgo la asió fuertemente de una muñeca y la hizo sentar en la cama. Sin que el tacto ni el olfato le hicieran comprender su error (y había hartas razones par ello), teniéndola bien asida, con voz amorosa y baja comenzó a disculparse cortésmente de la imposibilidad de satisfacer a su voluntad, por hallarse tan molido y quebrantado y por la fe jurado a su señora Dulcinea.

Impaciente, Maritornes intentó desasirse y al notarlo acudió en su ayuda al arriero, que todo lo estaba oyendo, el cual, después de dar una puñada en las quijadas al enamorado caballero que le baño toda la boca en sangre, se subió sobre sus costillas y se las pateó de cabo a cabo. El fementido lecho, no pudiéndose con el peso, vino al suelo con gran ruido; despertó el ventero y entró con un candil buscando a Maritornes, de quien imaginó que aquello eran pendencias; la moza, toda medrosita y alborotada, se acogió a la cama de Sancho Panza; rechazóla este asustado, y se la trabaron a puñaladas; fue el arriero a socorrerla y el ventero a castigarla, se apagó el candil y empezaron a darse todos a bulto, hasta que, oyendo el estruendo, acudió un cuadrillero de la Santa Hermandad, que en la venta estaba, quien a oscuras, topó con don Quijote, y al ver que no se bullía ni meneaba le tuvo por muerto y empezó a decirle a voces pidiendo favor a la justicia, con lo cual todos se aquietaron y se acogieron a sus lechos.

Salio el cuadrillero a buscar luz, y cuando volvió con un candil, encontrase al hidalgo que había dado por muerto platicando animadamente con Sancho, al que trataba de persuadir de que todo lo sucedido era cosa de los encantadores que le perseguían. Pregunto el cuadrillero a don Quijote que como le iba, llamándole buen hombre; replico el airado, tratando al otro de majadero, y no pudiendo sufrir el insulto el cuadrillero, alzo el candil con todo su aceite y dio a don Quijote con el en la cabeza, dejándole muy bien descalabrado y saliéndose luego.

Pensando que todos sus males podían tener remedio con el bálsamo de fierabrás de que hablaba sus libros, hizo don Quijote a su escudero que pidiese al alcalde de la fortaleza un poco de aceite, vino, sal y romero para prepararlo. Proveyó el ventero a Sancho de lo que necesitaba y, con todas las ceremonias y rezos que recordaba preparar don Quijote el bálsamo, que resultó un enérgico vomitivo.

Sintióse el hidalgo tan aliviado después de tomarlo, que, sin más tardanza, quiso partirse luego a buscar aventuras, y así lo realizó, llevándose un lazón que en un rincón de la venta estaba y negándose a pagar el gasto que, con gran asombro suyo, le pedía el ventero, a quien había tomado por castellano, alegando no ser costumbre de caballeros andantes pagar posada ni otra cosa en venta donde estuviese. Quedóse algo rezagado Sancho, quien tardó más en hacer efecto el bálsamo por tener menos delicado el estómago o, según su señor, por no ser armado caballero, y comos se negase también a pagar el gasto repitiendo las mismas razones que había oído don Quijote, unos mozos que estaban en la venta, gente alegre, bienintencionada, maleante juguetona, le apearon del asno, tomaron una menta de la cama del huésped, se salieron al corral, y allí, puesto en la mitad de la manta, comenzaron a levantarse en alto y a holgarse con él, como perro por carnestolendas, hasta que de puros cansados le dejaron. Acudió a la compasiva Maritornes a socorrerlo dándole un jarro de vino, montando en su asno se salieron de la venta, muy contento de ni haber pagado nada y haber salido con su intención, aunque había sido a costa de sus acostumbrados fiadores, que eran sus espaldas. Verdad es que el ventero se quedó con sus alforjas en pago de que le debía; mas Sancho no las hecho de menos según salio turbado.

Iban amo y escudero en animado coloque, lamentándose Sancho del manteamiento y de no haber recibido ayuda de su señor, y achacando todo a don Quijote a los encantadores, que no les dejaron subir por las bardas del corral, desde donde miró la triste tragedia, ni apearse de Rocinante cuando divisaron a lo lejos una grande y espesa polvareda, que levantaban en verdad unos rebaños de ovejas y carneros que hacia ellos venían, pero a don Quijote se le figuro toda cuajada en un copiosísimo ejército.

Pusiéronse sobre una loma. Don Quijote viendo su imaginación lo que no venía ni había, con voz levantada comenzó a nombrar caballeros del uno y el otro escuadrón que él imaginaba, y a todos le fue dando armas a, colores, empresas y motes de improviso, llevando de su nunca vista locura. Llegaron ya cerca los rebaños y don Quijote sin atender a las razones de Sancho, que quería persuadirle de que allí no había nada de lo que él decía, puso las espuelas a Rocinante, bajo la costezuela, como un rayo y, con la lanza en el ristre, dando grandes voces se entró por medio del escuadrón de las ovejas y comenzó a lancearlas con tanto coraje y de nuevo como si de veras alancease a sus mortales enemigos.

Los pastores y ganaderos que con la manada venían gritárosle que no hiciera aquello; mas al ver que no les atendía desciñéronse las odas y comenzaron a saludarle los oídos con piedras como puños hasta que le dieron dar consigo del caballo abajo con alguna muelas y dientes menos. Creyeron que le habían muerto, y así, con mucha priesa, recogieron su ganado con las reses muertas, que pasaban de siete, y sin averiguar otra cosa se fueron.

Llegóse Sancho a su amo para curarle y como no halló las alforjas, estuvo a punto de perder el juicio; maldíjose y propuso en su corazón dejar a su amo y volviese a su tierra, aunque perdiese el salario de lo servido y las esperanzas de el gobierno de la prometida ínsula. Calmó su enfado don Quijote con nuevas promesas y con encarecimientos de la providencia de Dios; y diciéndole que guiase por donde quisiere, pues dejaba a su elección el alojarse, siguieron por el camino real, poco a poco, porque el dolor de las quijadas de don Quijote no le dejaba sosegar ni atender a darse priesa.

Tomólos la noche en mitad del camino sin tener ni descubrir dónde recogerse. Era la noche oscura, el escudero iba hambriento y el amo con gana de comer, cuando vieron que hacia ellos venían por el mismo camino gran multitud de lumbres, que no parecían sino estrellas que se moviesen; a cuya vista, Sancho comenzó a temblar como un azogado, y los cabellos de la cabeza se le erizaron a don Quijote. Estuvieron quedos mirando atentamente lo que podía ser aquello, hasta que distintamente descubrieron veinte encamisados, todos sobre mulas, con hachas encendidas en las manos, detrás de los cuales venía una litera cubierta de luto, a la que seguían otros seis enlutados hasta los pies de las mulas.

Representósele al punto en la imaginación a don Quijote que aquella era un de las aventuras de sus libros y figurósele que la literas eran andas donde debía de ir algún malherido o muerto caballero, cuya venganza a él solo estaba reservada. Con este pensamiento, púsose en medio del camino, y cuando vio cerca de los encamisados, alzó la voz para exigir cuenta de quienes eran, de donde venían, adonde iban y que llevaban en las andas. Trataron ellos de pasar adelante sin dar explicaciones, por la mucha prisa que tenían por llegar a un venta; pero don Quijote no pudiendo sufrir tamaña descortesía, acometiolos furioso dio con un en el suelo, y los demás como eran gente medrosa y si armas, echaron a correr por el campo con la hachas encendidas.

El caído, viéndose amenazado de muerte por el encolerizado hidalgo, tuvo que satisfacer su curiosidad, y le contó que él y sus compañeros eran sacerdotes que, vestidos con sobrepellices, iban acompañando los huesos de un caballero que murió en Baeza por la voluntad de Dios y que llevaban en las literas para darles sepultura en Segovia. Pidió entonces perdón don Quijote del agravio que les había hecho y llamó a Sancho (que andaba ocupado desvalijando una acémila de repuesto que traían aquellos buenos señores para que ayudase a salir al bachiller de la opresión de la mula.

Con esto, se fue el señor bachiller, y don Quijote, luego de interrogar a Sancho sobre la razón de aquel apelativo que le había dado, tuvo a bien aceptarlo, por correr que se lo había puesto en la lengua el sabio encargado de escribir la historia de sus hazañas, y dijo que así pensaba llamarse en adelante.

Comenzaron a caminar por el prado arriba con tiempo, porque la oscuridad de la noche no le dejaba ver cosa alguna, y no hubieron andado doscientos pasos cuando llegó a sus oídos un grande ruido de agua, como que de algunos grandes y levantados riscos se despeñaba. Alegróles el ruido en gran manera y parándoles a escuchar hacia que parte sonaba oyeron a deshora otro estruendo como de unos golpes que daban a compás, con un cierto crujir de hierros y cadenas acompañando al furioso ruido del agua. Estaban entre unos árboles altos, cuyas Hojas, movidas del blando viento, hacían un temeroso y manso susurro que, con la soledad, el sitio, la oscuridad, el estruendo del agua y aquel incesante golpear, eran bastante para poner horror y espanto en cualquier otro corazón que no fuera el de Don quijote. Pero el valeroso manchego halló en todo esto incentivos y despertadores de su ánimo para acometer la que imaginaba dificultosa aventura, y saltando sobre Rocinante, embrazó su rodela, terció su lanzón y se dispuso a marchar hacia donde los golpes sonaban, pidiendo a su escudero que apretasen bien la cinta de su caballo.

Quiso Sancho, con lágrimas y ruegos, hacerle desistir de lo que su miedo consideraba como temeridad desaforada, o persuadirle, al menos, de que dilatase la marcha hasta la mañana. Pero viendo cuán poco valían con su amo los consejos y lágrimas, determinó aprovecharse de su industria y hacerle esperar hasta el día si pudiese; y así, cuando apretaba las cintas del caballo, bonitamente y sin ser sentido, ató con el cabestro de su asno ambos pies a Rocinante, de manera que cuando Don Quijote se quiso partir, no pudo, porque el caballo no se podía mover sino a saltos. Sin caer en la cuenta de la ligadura, y creyendo que aquello venía de otra parte que de la industria de Sancho, tuvo por bien Don Quijote sosegarse y esperar a que amaneciese o a que Rocinante se menease.

El amo a caballo y el escudero en pie, agarrado al arzón de Rocinante por temor a separarse de él, pasaron el resto de la noche en graciosa plática, que una vez estuvo a punto de turbar el miedo de Sancho y su natural flaqueza, al manifestarse de un modo tan irreverente y grosero, que solo la exquisita discreción de Don Quijote pudo disimularlo; y al venir la mañana con mucho tinto deslizó aquel a Rocinante, se ató los calzones, que había tenido que soltarse, y fueron entrambos a descubrir la causa del horrísono y para ello espantable ruido que tan suspenso y medrosos los había tenido. Y era... seis mazos de batan, que con sus alternativos golpes aquél estruendo formaban.

A la vista de los batanes inclinó Don Quijote la cabeza con muestra de estar corrido, y Sancho soltó la risa de manera que tuvo que apretarse las ijadas con los puños para no reventar riendo, y aún se atrevió a burlarse de su amo repitiendo razones que le había oído, hasta provocar su enojo y obligarle a que con el lanzón le apalease las espaldas. Hicieron pronto las pases amo y escudero, recomendando el primero al segundo que en adelante le tratase con más respeto, y con estos saliéronse del camino.

Comenzó a llover, y de allí a poco descubrió Don Quijote un hombre a caballo, que traía en la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro. Era el barbero de uno de los lugares de aquel contorno, que iba en su asno a otro lugar más pequeño que no tenía barbero, y traía una bacía azófar que había puesto en la cabeza para que no se le manchase con la lluvia el sombrero, que debía ser nuevo.

Don Quijote, que todas las cosas que veía las acomodaba a sus desvariadas caballerías y mal andantes pensamientos dio en creer que aquel hombre traía puesto el yelmo de oro de Mambrino, y desoyendo las verdades que Sancho le decía, fuese contra el pobre barbero sin ponerse en razones con él, tan impetuosamente, que el hombre, para guardarse el golpe de la lanza, se dejó caer del asno abajo y echó a correr como un gamo por el campo, dejándose la vacía en el suelo. Hizo Don Quijote que Sancho recogiera y le entregase lo que seguía llamando el yelmo de Mambrino, y con el se dio por contento; otorgó licencia a su escudero para trocar los aparejos del rucio por los del asno del barbero que le parecieron mejores, y siguieron su camino, discurriendo sabrosamente Don Quijote a cerca de las grandezas de la andante caballería como hacía siempre que tenía ocasión para ello.

Interrumpióse el coloquio de los dos andantes cuando Don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaban venían hasta doce hombres a pie, ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas en las manos; venían así mismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo; con escopetas de rueda, y los de a pie, con dardos y espadas. Tan pronto como Sancho Panza los vio dijo: "Esta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, y que van a la s galeras."

Pareciéndole a Don Quijote, al oír lo de gente forzada que allí encajaba la ejecución de su oficio de deshacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables; y así que llegó la cadena de los galeotes, con muy corteses razones pidió a los que iban en su guarda que fuesen servidos de informarle y decirle la causa o causas porque llevaban aquella gente de aquella manera. Respondióle una de las guardias de a caballo que era galeotes, gente de su majestad, y le consintió que les preguntase a ellos mismos la causa de sus sentencias. Contóle cada uno los pecados porque iba de tan mala guisa, y luego de oírlos se confirmó en que iba a cumplir sus penas de muy mala gana y muy contra su voluntad, por lo cual pidió a los guardianes que los desataran y dejasen ir en paz, invocando la orden de caballería que profesaba y el voto que en ella hizo de favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores. Negóse el comisario a obedecerle, como es natural; intentó él conseguirlo por la fuerza, ayudáronle los propios galeotes y entre unos y otros desarmaron al comisario y pusieron en fuga a los guardas.

Reunió luego don Quijote a los galotes, y les dio que, en pago del beneficio que de el habían recibido, era su voluntad que fueran al Toboso y se presentasen a contar a la señora Dulcinea lo que su caballero, el de la triste figura, había hecho con ellos. Respondió por todos Gines de Pasamonte, el más travieso y bellaco, intentando persuadirle de la imposibilidad en que estaban de hacer lo que les ordenaba. Pues tenían necesidad de apartarse de los caminos y procurar meterse en las entrañas de la tierra para no ser hallados de la santa hermandad: pidiéndole que montase el servicio y montazgo de la señora Dulcinea de Toboso en alguna cantidad de avemarías y credos que ellos dirían por su intención, y eran lo único que podían hacer. Encolerizóse don Quijote insulto a Pasamonte, y uniéndose este a sus compañeros, comenzaron a llover tantas piedras sobre el desventurado aventurero que, si fuese constante a cubrirle la rodela, dieron con el en tierra. Y apenas le vieron caído, cuando acudieron a despojarle a él y Sancho de las ropas que pudieron, y escaparon luego cada uno pro su parte.

Lamentosé don Quijote por primera vez de no haber creído lo que Sancho le dijo, con lo cual había excusado la pesadumbre de hacer bien a villanos, que es como echar agua en el mar; y viéndole en tan buena disposición, consiguió el escudero que atendiese ahora su consejo y se enterase con el de un parte de Sierra Morena, Que allí junto estaba, para no ser de la Santa Hermandad, con la que no habían de valerle caballerías. Mas ordeno la suerte fatal que a la noche, mientras Sancho dormía, Gines de Pasamonte, el famoso embustero y ladrón que andaba escondido también por aquellas asperezas, como no era agradecido ni bien intencionado, hurtóle su juramento. Y fueron tales los llantos y lamentaciones de Sancho al notar la falta de rucio, que su señor hubo de consolarle prometiéndole una cédula de cambio para que le diesen tres en su casa, de cinco que habían dejado en ella.

Caminaban silencioso por aquellas soledades don Quijote y Sancho, cundo el primero vio en el suelo un cojín y una Maleta, medio podridos y desechos. Mandóle a Sancho a que mirase lo que en la maleta había, y hallo unas camisas y otras cosas de lienzo no menos curiosas que limpias y un librillo de memorias ricamente guarnecido y, un pañizuelo, un buen montoncillo de escudos de oro. Pidió el libro don Quijote, y mando a Sancho que guardase el dinero para el. Agradeció el escudero la merced de su señor, y este hojeando casi todo el librillo, hallo versos y cartas, que algunos pudo leer y otros no; pero que todos contenían amorosas quejas, lamentos desconfianzas, sabores y sinsabores, favores y desdenes, solemnizados los unos y llorados los otros.

Conjeturo don Quijote, y por las tan buenas camisas y el dinero en oro, que el dueño de la maleta debía ser algún principal enamorado a quien desdenes y malos tratamientos de su dama debían haber conducido a desesperado termino.

Yendo con estos pensamientos, vio pro encima de una montañuela que delante de los ojos se le ofrecía iba saltando de risco en risco y de mata en mata, con extraña ligereza un hombre medio desnudo, con unos calzones hechos pedazos la barba negra y espesa, los cabellos muchos y revueltos los pies descalzos y las piernas sin cosa alguna. Luego imagino don Quijote que aquel era dueño del Cojín y de la maleta; pero aunque lo procuro no pudo seguirle, y se propuso en si buscarle aunque tuviese que andar un año por aquellas montañas para hallarle.

No agradaba mucho a Sancho el propósito de su señor, por que si habían de buscar resultaba ser el dueño de los cien escudos de oro, tendría que restituirlos; más, con todo, se avino a seguir a don Quijote y a obedecerle. Y habiendo rodeado una parte de la montaña, hallaron en un arrollo, caída y muerta y medio comida de perros y picada de grajos, una mula ensillada y enfrenada, lo cual confirmó en ellos la sospecha de que él había visto huir era el dueño de la mula y el cojín.

Un anciano pastor de cabras que por allí andaba los informó que haría una cosa de seis meses que llegó a su majada un apuesto mancebo, caballero sobre aquella mula y con el cojín y la maleta que dijeron haber visto preguntando a los pastores que parte de la Sierra era la más áspera y escondida; y como le dijeran que era aquella donde estaban, se metió por lo mas cerrado del monte y desde entonces no le habían vuelto a ver sino contadas veces, roto el vestido y el rostro desfigurado y tostado del sol, ora atacando los pastores violentamente para quitarles con que alimentarse, o ya saliendo a ellos con mucha mansedumbre y corteses razones pidiéndoles perdón por sus asaltos, pero sin quererles contar de si otra cosa sino que andaba de aquella suerte por cumplir cierta penitencia que por sus muchos pecados le había sido impuesta. Esto les hizo conjeturar que la locura le venia en tiempos, y tenia determinado de buscarle para, de grado o por fuerza llevarle a la villa de Almodóvar, distante de ocho leguas, y curarle allí, si es que su mal tenia cura, saber quien era, para, para dar noticia de su desgracia a sus parientes.

Quedo admirado don Quijote de lo que al cabrero había oído. Y con más deseó de saber quien era el desdichado loco, al cual se propuso buscar por toda la montaña hasta hallarle. Pero hízolo mejor de la suerte de lo que él pensaba ni esperaba, por que en aquel instante apareció el mancebo por entre la quebrada de la Sierra y vino hacia donde ellos estaban. Apease don Quijote de Rosinante, y con el gentil continente y donaire le fue a abrazar como si de luengos tiempos le hubiera conocido, y le pidió, con corteses palabras, que le dijese si al dolor que en la extrañeza de su vida mostraba tener se podía hallar algún genero de remedio, para buscarle con la diligencia posible, o si su desventura era de aquellas que tienen cerradas las puertas a todo genero de consuelo, para ayudarle a llorarla y a planirla como mejor pudiera, pues que todavía es consuelo en las desgracias hallar a quien se duela de ellas.

El mancebo admirado de la figura y de las razones de don Quijote, como todos cuanto los veían, pidió que le diesen algo de comer, por amor a Dios, prometiendo hacer luego lo que le mandasen, en agradecimiento a tan buenos deseos como se lo habían mostrado. Satisfizo su hambre con lo que Sancho y el cabrero le dieron, y haciéndole prometer que no interrumpirían el hilo de su triste historia . pues en el punto que lo hiciesen, en ese se quedaría lo que fuese contando, ya que quería pasar brevemente por el cuento de sus desgracias -, díjoles que se llamaba Cardenio, que era hijo de padres ricos y noble linaje y que su patria era una de las mejores ciudades de Andalucía. Enamorado de una doncella tan noble y rica como el, la hermosa Luscinda, rogó a su padre que la pidiera al de él, para hacerla su legitima esposa; pero antes que así sucediese un hijo segundo del duque Ricardo, que se llamaba don Fernando y que había gozado a una bella recatada, y discreta labradora vasalla de su padre bajo palabra de ser su esposo, como oyese a Cardenio alabar de la hermosura, donaire y discreción de Luscinda, entro en deseos de conocerla y desde que la conoció, todas las bellezas por el vistas las puso en olvido.

Como al llegar a este punto de su historia dijese Cardenio que Luscinda era muy aficionada a leer libros de caballerías, interrumpiole don Quijote, sin poderse contener, para hacer un discurso ponderando la alteza de entendimiento de quien tales aficiones tenia, con lo cual dio lugar a que le tomase al mancebo el accidente de su locura y acabase el cuento a puñadas, con motivo de la discusión sobre si la reina Madasima estuvo o no amancebada con el maestro Elisabat, su ayo y medico.

Fuese Cardenio a emboscar en la montaña que tuvo a todos rendidos o molidos; despidiéndose del cabrero de don Quijote y subiendo sobre Rosinante, mando a Sancho que le siguiese y se entraron poco a poco por los más áspero de aquellos lugares. Iban departiendo amo y escudero sobre lo que había promovido la pendencia con el loco, cuando el recuerdo de Amadis de Gaula trajo a don Quijote el pensamiento de imitar en aquellas soledades la penitencia que el valiente y enamorado caballero hizo en la peña pobre, en la cual mudo su nombre con el de Beltenebros, cuando se vio desdeñado de la señora Oriana.

Quiso disuadirle Sancho Panza de semejante idea, puesto que no tenía causa para hacer las locuras que se proponía, ya que la señora Dulcinea del Toboso ni le había desdeñado ni le había dado señales de haber dado alguna niñería con moro o con cristiano; pero a esto replico don Quijote que ahí estaba el punto y esa era la fineza de su negocio, pues el toque estaba en su desatinar ocasión, para dar a entender a su dama que si en seco hacía eso, qué hiciera en mojado. "loco soy, loco he de ser, añadió, hasta tanto que tú vuelvas con la respuesta de una carta que contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea."

Y entonces fue cuando supo Sancho, con no poca admiración, que la tal Dulcinea era hija de Lorenzo Corchuelo y de Aldonza Nogales, y confesó a don Quijote que había estado en una grande ignorancia, pues que pensaba bien y fielmente que la señora Dulcinea debía de ser alguna princesa o alguna persona tal que mereciese los ricos presentes que la había enviado, así el del vizcaíno como el de los galeotes y otros muchos de las victorias que ganó cuando él todavía no era su escudero. A lo que respondió don Quijote con discretas razones, diciendo, entre otras cosas:"...Para lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra... Bástame a mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta, y en lo del linaje importa poco; que no de ir a hacer la información de él para darle algún hábito, y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo...; y pintóla en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, y , para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada."

Saco don Quijote el libro de memorias de Cardenio, escribió en él la carta para Dulcinea, leyósela a Sancho, hizo a ruegos de este la cédula de los tres pollinos que le había prometido, y dándole su bendición, le hizo montar sobre Rocinante, encomendándole mucho que mirase por él como por su propia persona, y le dejó partir después de dar medio desnudo dos zapatetas en el aire y dos tumbas con la cabeza abajo y los pies en alto, para que Sancho pudiera jurar que le había visto hacer locuras.

Quedóse don Quijote dudando si imitar las locuras desaforadas de Roldán o las melancólicas de Amadis, y al fin resolvió imitar al último en todo lo que pudiere. Y entre las cortezas de los árboles y por la menuda arena versos acomodados a su tristeza y buscando algunas hierbas con que sustentarse, estúvose hasta que Sancho volvió, que si, como tardó tres días, tardará tres semanas el caballero de la triste figura quedará tan desfigurado que no le conociera la madre que le parió.

Por lo que toca a Sancho, así que se separó de su amo, salióse al camino rea, se puso en busca del Toboso y al otro día llegó a ver la venta donde le había sucedido la desgracia de la mano. Andaba dudoso si entraría o no, cuando salieron de la venta el cura y el barbero de su lugar, los cuales, así como acabaron de conocerle, se fueron a el preguntándole por don Quijote. Determino Sancho encubrirles el lugar el lugar y la suerte donde y como su amo quedaba; mas al decirle que podrían imaginar que él le había muerto y robado, pues venia encima de su caballo, controles, de corrida y sin parar, todas sus aventuras la misión que se le había confiado y las promesa que le había hechos su señor, dando muestras de estar tan loco como el. Al no encontrar el librillo de memorias, creyó que le había perdido, siendo así que había quedado don Quijote con él y no se le había dado, ni a él se le acordó de pedírsele, tales extremos hizo que el cura y el barbero tuvieron que consolarle.

Sacó el barbero algo de comer a Sancho que no quiso entrar en la venta y reuniéndose con el licenciado, pensaron los dos el modo que tendrían para sacar a don Quijote de la inútil penitencia que estaba haciendo y determinarle a volverse con ellos a su lugar, donde procurarían ver si tenía algún remedio su extraña locura. Y acordaron vestirse el uno en hábito de doncella andante y el otro como escudero, y así vestido ir a donde don Quijote estaba fingiéndose una doncella afligida y menesterosa que iba a pedirle como a valeroso andante que fuese con ella donde ella le llevase, a desfasarle un agravio que un mal caballero le tenía hecho; creyendo, sin duda, que don Quijote vendría en todo cuanto se le pidiese por ese término.

Dioles la ventera una saya y unas tocas dejándole en prenda una sotana nueva del cura, y el barbero hizo una gran barba de una cola rucia o roja de buey donde el ventero tenía colgado el peine, y sin disfrazarse por entonces hasta que se hallasen junto de donde don Quijote estaba, fuéronse, guiándolos Sancho Panza al cual encargaron mucho por el camino que no dijese a su amo quien ellos eran ni que los conocía, y que si le preguntasen, como se lo había de preguntar, si dio la carta de Dulcinea, dijese que si y que, por no saber leer, le había respondido de palabra, diciéndole que le mandaba sopena de su desgracia, que luego al momento se viniese a hablar con ella, que era cosa que le importaba mucho; por que con esto y con lo que ellos pensaban decirle, tenían por cosa cierta reducirle a mejor vida y a hacer con él que luego se pusiese en camino a ir a ser emperador o monarca. Adelantóse Sancho a buscar a don Quijote y darle la respuesta de su señor, entrándose por las quebradas de la sierra, y quedaron ellos junto a un pequeño y manso arroyo, aguardando a que aquel volviese con las nuevas del hallazgo de su amo.

Estando los dos allí sosegados y a la sombra, llegó a sus oídos un dulce y regalado canto, de que no poco se admiraron. Determinaron de salir a buscar al músico que con tan buena voz cantaba y no anduvieron mucho, cuando, al volver de una punta de una peña, vieron a un hombre del mismo talle y figura que Sancho les había pintado cuando les contó el cuento de Cardenio. Llegáronse a él, y el cura, que era hombre bien hablado, con breves y discretas razones le rogó y persuadió.

Comenzó su lastimera historia casi con las mismas palabra y pasos que la había contado a don Quijote y al cabrero pocos días atrás, y al llegar a aquello del efecto que la belleza de Luscinda causó en don Fernando, contó como este le alejó de su lugar con el pretexto de enviarle a pedir unos dineros a su hermano mayor para comprar unos caballos, y cómo a los cuatro días recibió una carta de Luscinda en que le avisa que don Fernando le había pedido por esposa, y que su padre había consentido en ello, debiendo celebrarse el desposorio en secreto de allí a dos días. Tubo lugar Cardenio sin ser visto de ponerse en el hueco que hacía una ventana de la misma sala, que con las puntas y remates de dos tapices se cubría, por entre los cuales podía ver todo cuanto en la sala se hiciera. Desde allí asistió al desposorio y oyó con gran asombro como Luscinda, después de detenerse un buen espacio en dar su respuesta cuando el cura preguntó si quería a den Fernando como esposo con voz desmayada y flaca dijo: "Si quiero". Y lo mismo dijo don Fernando; y dándole el anillo, quedaron en indisoluble nudo ligados.

Cuando Cardenio dio fin a su tan desdichada como amorosa historia y el cura se prevenía para decirle algunas razones de consuelo, oyeron una voz que, en lastimados acentos, lloraban también una pena de amor.

Iba don Quijote muy ufano y embelesado escuchando la historia de la princesa Micomicona; escuchábala también Sancho con gran atención y no dejaban los demás de admirar tanto las donosos invenciones de la discreta Dorotes como de la extraña y locura de don Quijote y de la simplicidad del no menos loco escudero, que porfiaba con su señor para persuadirle a que se casase con aquella hermosa princesa que allí tenia como llovida del cielo y que había prometido hacerle al señor de título cuando recobrase su reino. Atrevióse Sancho en esta porfia a poner lengua en la sin par Dulcinea, con lo cual irritó a don Quijote de tal modo que alzó el lanzón le dio dos palos y, a no mediar Dorotea, sin duda le quitara allí la vida.

Pidió Sancho perdón a su señor, y yendo en estas pláticas vieron venir a un hombre, caballero en un jumento; y aunque el hombre que venía sobre el rucio que le robó a él. Diole voces de que le dejase su prenda, su vida, su descanso y su regalo, y a la primera palabra que oyó, salto Ginés del asno y tomando un trote que parecía carrera en un punto se ausentó y alejó de allí. Empezó Sancho contando a su señor que la echar de menos la carta que se olvidó darle, como la había tomado en la memoria cuando él se la leyó, pudo decírsela a un sacristán, que se la traslado del entendimiento tan punto por punto, que dijo que en todos los días de su vida, aunque había leído muchas cartas de descomunión, no había visto ni leído, tan linda carta como aquella.

Sin que le sucediese cosa digna que contar llegaron al otro día a la venta, espanto y asombro Sancho Panza, y aunque él quisiera no entrar en ella, no lo pudo huir. Aderezaron un lecho a Don Quijote, en el mismo camarachón de marras, y él se acostó luego, por que venia muy quebrantado y falto de sueño. Reuniéronse los otros a comer, y estando delante el ventero su mujer, su hija y Maritornes, trataron, de sobre comida, de la extraña locura de Don Quijote y de los libros de caballerías que le habían vuelto el juicio: aseguro el ventero que a su entender no había mejor leyenda en el mundo, y que el tenia dos o tres de ellos con otros papeles que dejó olvidados un huésped en una maleta, y que le habían dado vida, no solo a él, sino a otros muchos que los leyeron. Pidióle el cura que los trajese para verlos, y entrando en su aposento, sacó de él una maletilla vieja y abriéndola, halló el cura tres libros grandes y unos papeles de muy buena letra, escritos de mano. Vio que el primer libro era do Cirongillio de Tracia; el otro, Don Felixmarte de Ircania, y el otro, la historia del gran capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, con la vida de Diego García de paredes.

Trató el licenciado de persuadir al ventero de que los dos primeros eran mentiroso y estaban llenos de disparates y devaneos, mientras que el del gran capitán era historia verdadera y digan de ser leída; pero a sus razones contestó el huésped de tal modo, que vieron que poco le faltaba para hacer la segunda parte de don Quijote, pues tenía por cierto, como este, que todo lo que aquellos libros cuentan pasó ni más ni menos que lo escriben. A la mitad de esta plática se halló Sancho presente, y quedó muy confuso y pensativo de lo que había oído decir de que ahora no se usaban caballeros andantes y que todos los libros de caballerías eran necedades y mentiras, y propuso en su corazón de esperar en lo que paraba aquel viaje de su amo y que si no salía con la felicidad que él pensaba, determinaba de dejarle y volverse con su mujer y sus hijos a su acostumbrado trabajo.

Iba a llevarse la maleta y los libros el ventero; mas el cura quiso ver qué eran los papeles que allí había de tan buena letra escritos, y dándoselos al huésped vio hasta obra de ocho pliegos escritos a mano, que la principio tenía un título grande que decía: " Novela del curioso impertinente". Leyó para sí algunos renglones de la novela, y como le viniese voluntad de leerla toda, pidiéronle sus compañeros que lo hiciese de modo que todos la oyesen.

II. NORMATIVIDAD APLICABLE:

  • CONSTITUCION POLITICA DE COLOMBIA:

ARTÍCULO 44: "Son derechos fundamentales de los niños: la vida, la integridad física, la salud y la seguridad social, la alimentación equilibrada, su nombre y nacionalidad, tener una familia y no ser separados de ella, el cuidado y el amor, la educación y la CULTURA, la recreación y la libre expresión de su opinión...

La familia, la sociedad y el Estado tienen la obligación de asistir y proteger al niño para garantizar su desarrollo armónico e integral y el ejercicio pleno de sus derechos. Cualquier persona puede exigir de la autoridad competente su cumplimiento y la sanción de los infractores. Los derechos de los niños prevalecen sobre los derechos de los demás"

ARTÍCULO 67: "La educación es un derecho de la persona y un servicio público que tiene una función social: con ella se busca el acceso al conocimiento, a la ciencia, a la técnica, y a los demás bienes y valores de la CULTURA.

La educación formará al colombiano en el respeto a los derechos humanos, a la paz y a la democracia; y en la práctica del trabajo y la creación, para el mejoramiento cultural, científico, tecnológico y para la protección del ambiente.

Corresponde al Estado regular y ejercer la suprema inspección y vigilancia de la educación con el fin de velar por su calidad, por el cumplimiento de sus fines y por la mejor formación moral, intelectual y física de los educandos; garantizar el adecuado cubrimiento del servicio y asegurar a los menores las condiciones necesarias para su acceso y permanencia en el sistema educativo.

La Nación y las entidades territoriales participarán en la dirección, financiación y administración de los servicios educativos estatales, en los términos que señalen la Constitución y la Ley".

Artículo 70: "El Estado tiene el deber de promover y fomentar el acceso a la CULTURA de todos los colombianos en igualdad de oportunidades, por medio de la educación permanente y la enseñanza científica, técnica, artística y profesional en todas las etapas del proceso de creación de la identidad nacional.

La CULTURA en sus diversas manifestaciones es fundamento de la nacionalidad. El Estado reconoce la igualdad y dignidad de todas las que conviven en el país. El Estado promoverá la investigación, la ciencia, el desarrollo y la difusión de los valores culturales de la Nación".

ARTÍCULO 71: "La búsqueda del conocimiento y las expresión artísticas son libres. Los planes de desarrollo económico y social incluirán el fomento a las ciencias y, en general, a la CULTURA. El Estado creará incentivos para personas e instituciones que desarrollen y fomenten la ciencia y la tecnología y las demás manifestaciones culturales y ofrecerá estímulos especiales a personas e instituciones que ejerzan estas actividades".

  • DECRETO LEY 1421 DE 1993:

ARTÍCULO 12: ATRIBUCIONES:

"1. Dictar las normas necesarias para garantizar el adecuado cumplimiento de las funciones y la eficiente prestación de los servicios a cargo del Distrito"

"13. Regular la preservación y defensa del patrimonio cultural"

Atentamente,

MARIA SUSANA GONZALEZ RONCANCIO

FRANCISCO NOGUERA ROCHA

PROYECTO DE ACUERDO _______ DE 2005

POR MEDIO DEL CUAL SE CREA LA ORDEN AL MERITO LITERARIO "DON QUIJOTE DE LA MANCHA"

EL CONCEJO DE BOGOTÁ

En uso de sus facultades Constitucionales y legales, en especial lo previsto en el Decreto Ley 1421 de 1993, articulo 12 numerales 1 y 13

ACUERDA

ARTÍCULO PRIMERO: Créase la Orden al mérito literario "Don Quijote de la Mancha".

ARTÍCULO SEGUNDO: La orden se otorgará cada año, en ceremonia especial que se realizará el 23 de abril, fecha en la que se conmemora el aniversario de la primera publicación de la gran Obra literaria de Miguel de Cervantes Saavedra, "El Ingenioso Hidalgo, Don Quijote de la Mancha".

ARTÍCULO TERCERO: La orden al mérito literario "Don Quijote de la Mancha" constará de:

  1. Una medalla de 20 centímetros con la esfinge de Miguel de Cervantes Saavedra y cinta con colores de la bandera de Bogotá D.C.
  2. Estuche y carpeta que contendrá en nota de estilo, copia de la resolución por medio de la cual se concede la orden.

ARTICULO CUARTO: La orden será conferida por la Secretaría de Educación Distrital, a los estudiantes de los colegios oficiales y privados, en los géneros literarios Ensayo, Cuento y Novela que por su destacada creación literaria contribuyan al desarrollo cultural de Bogotá.

PARAGRAFO: Harán parte del jurado que concederá la orden al mérito literario "Don Quijote de la Mancha" dos delegado de la Secretaría de Educación Distrital y un delegado del Instituto de Cultura y Turismo.

ARTÍCULO QUINTO: La Secretaría de Educación Distrital será la entidad encargada de reglamentar lo concerniente a los criterios para la entrega de esta distinción, así como los gastos que se ocasionen por el presente acuerdo se efectuarán con cargo al presupuesto de dicha entidad.

ARTÍCULO SEXTO: VIGENCIA Y DEROGATORIAS: el presente acuerdo rige a partir de su publicación y deroga todas las disposiciones que le sean contrarias.